¡Alitas pa’ que te quiero!

Estaba preparándome para ir al trabajo. Cartera en mano, y un poco de perfume antes de salir. Tenía un largo camino por recorrer en esa combi que me iba a llevar. Espero llegar sana y salva a mi trabajo. Como todas las mañanas, Salí de mi casa toda aseada y perfumada. Espere en el paradero y después de un momento la vi. Ese vehículo que me lleva todos los días religiosamente a mi trabajo. Entre. Y para varear, estaba repleta. Se sentía el denso aire que invadía de extremo a extremo la combi. Un chico muy caballero pero no buen mozo, me cedió su asiento.
En eso, un fétido olor a cebolla me dio de cachetadas. Cómo era posible semejante hedor a esas horas de la mañana. Es que la persona que olía de esa forma habría corrido una maratón de 30 kilómetros antes de entrar para atormentarnos con su mal olor. Abrí la ventana de par en par. Y cuando el olor ya empezaba a disiparse una ancianita me pidió que por favor cierre le ventana. Yo me quería morir ¿Es que esa ancianita estaba ya muy viejita como para no oler semejante olor?
¡Esquina bajo! Dijo la persona que se sentaba a mi costado, y tan pronto se paró. Un joven gordo, mal vestido y medio cholon, se sentó a mi lado. Cuando pensé que las cosas no podían ir peor, ese horrendo olor me invadió de nuevo, retumbo en mi cabeza y me provocó arcadas. La fuente de donde provenía ese olor estaba sentado justo a mi lado. Me sentía encerrada, no podía abrir la ventana y ese olor a cebolla intensa, casi, casi me hacían lagrimar mis ojos.
Un “ajj, que asco” se me escapó, no pude contenerme, la pestilencia me invadía y yo sólo quería salir de ahí o cambiarme de sitio. Por si fuera poco, la combi estaba tan llena que parecíamos sardinas enlatadas, faltaba media hora para que llegue a mi trabajo, y no podía salir. Estaba aprisionada por cebollitas. Pero al fin pude abrir la ventana cuando le pedí, amablemente al joven, que abriera la ventana. Para esto la ancianita ya se había ido. Y no había nadie que se quejaba por el frio.
La avenida estaba cerca, y en la esquina me bajaba. Los últimos minutos fueron los peores, porque el tipo que estaba a mi costado, solo por joder, cerró la ventana, y no sé si fue adrede, pero justo en la recta final de la avenida, aquel tipo que olía a cebollas, soltó semejante flatulencia que me hizo revolcar en mi asiento. No aguante mas, Salí dispara de aquella combi y me tire sin que esta estuviera se detuviera.

Respire aire fresco. Al fin libre. Mire atrás, y maldije aquel medio de trasporte. Todo ya había acabado.

Ahora, cuéntanos tu versión de “alitas pa’ que te quiero”.

1 comentario:

  1. ¡Que asco! ¿que pasa con la gente? ¿por que no usan desodorantes? y otra cosa que no entiendo es xq la gente que esta dentro de las combis no abren las ventanas con semejantes olores. No se quien es peor los que huelen olores de otros y les gusta (al parecer) o los que huelen a basura y nos hacen pasar mal rato al resto.

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